Unas divagaciones mías sobre esos amigos que tenemos abandonados: los libros de nuestra biblioteca personal “a extinguir”.
Todos atesoramos libros y nos da la sensación de que algún día no estaremos y nadie los cuidará, cuyo destino será una tienda de lance, el rastro o incluso el despiadado contenedor de reciclaje.
No faltan las iniciativas, algunas gestadas en noches en vela, otras fruto del ingenio o la desesperación, para intentar salvar del naufragio (o de la quema) a los libros que nos han acompañado en la vida.
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No sé quien dijo eso de que «no te enamores de quien no tenga libros en su casa» (o parecido). Pues algo así me ocurre a mí, como a tí, no podría desprenderme de mis libros, esos que me he comprado con tanto cariño y afán y ahorro. No sabría dejarlos ir, al menos no de momento, quien sabe si lo haré en un futuro, pero, por lo pronto, se quedan en casa, sean 500 o 5000.
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