No se trata de una frase representativa de lo que ofrecerá el mundo tras la crisis del coronavirus sino sencillamente de la unión de dos títulos de películas recientes que he visto en mi confinamiento casero.
Una que no me enseña nada y otra que me enseña mucho. Se trata de “Parásitos” (película coreana) y “Después de la guerra” (película española).
Veamos mi personal impresión.
La primera “Parásitos” (Bong Joon Ho). Pese al reconocimiento de los Óscar otorgados (Premio a la Mejor película, Mejor Guión original, Mejor Director, Mejor Película Extranjera, Mejor Montaje, Mejor Diseño de Producción), como ya soy mayorcito para juzgar por mí mismo, confieso que me ha parecido una película cruda, con pretensiones de denuncia social y humor en versión Torrente a la coreana. Nada que objetar sobre fotografía, producción o montaje, pero en cuanto a la valía impactante como película, creo que deja mucho que desear.
Básicamente se trata de una familia modesta y con medios de vida precarios de un barrio de una urbe de Corea del Sur, quienes usan la picaresca para aprovecharse de una familia pudiente. Tras presentarnos el contraste entre el mundo marginal y el mundo opulento, nos ofrece el resultado de la coexistencia de las dos tribus. Nos ofrece a los marginales como “parásitos” de los opulentos y a los opulentos como “parásitos” de la sociedad. Los marginales van entrando a prestar servicio doméstico a los opulentos y se van adueñando de su espacio. Nada les detiene.
A partir de ahí enlaza un supuesto guión lineal con una trama que se ramifica hacia ninguna parte, y que pierde interés mas allá de comprobar el desvarío de las situaciones.
Aunque tiene algún chispazo brillante (la dependencia de las redes sociales pese a no tener las mínimas condiciones higiénicas ni sustento), y momentos de interpretación de altura de algunos personajes (el padre de familia humilde) predominan las ocurrencias en callejón sin salida, y supuestos guiños a un espectador que bosteza desorientado.
En fin, citemos un fragmento en que el humilde padre se ve en un callejón sin salida, tras las inundaciones que le hacen perder todo lo que tiene, y tras ver burladas sus posibilidades de vivir a expensas de los ricos, momento en que responde a su hijo, con algo que podrían pensar muchos en la crisis actual del coronavirus:
Ki-woo, ¿sabes qué tipo de plan nunca falla? Ningún plan. Ningún plan. ¿Sabes por qué? Si haces un plan, la vida nunca funciona así. Mira a nuestro alrededor. ¿Acaso pensaron esta gente en, «Pasemos la noche en un gimnasio»? Pero mira ahora. Todos están durmiendo en el suelo, nosotros incluidos. Por eso la gente no debe hacer planes. Sin un plan, nada puede salir mal. Y si algo se sale de control, no importa. Ya sea que mates a alguien o traiciones a tu país. Nada de eso importa. ¿Entiendes?”
En definitiva, una película recomendable para valorar más las películas de distinto pelaje, y saber que no es oro todo lo que los Óscar hacen relucir. Sé que no tienen nada que ver en el tiempo ni en las circunstancias, pero confieso que la película social que más me ha impactado en la vida, y que impondría en la educación obligatoria para tener una perspectiva real de la dureza de la vida en quienes la sufren, es El ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948), a la que siguen en mi personal trayectoria, algunas películas de Berlanga (El Verdugo, Plácido, Bienvenido Mr. Marshall, etcétera).
La segunda película es “Después de la Guerra” (Alejandro Amenábar). En este caso, se trata de una película, que pretende reflejar la anatomía de un instante, pues se centra en el contexto y circunstancias de la conocida frase de D.Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca en 1936: “Venceréis pero no convenceréis”, que valientemente opuso al grito de Millán Astray de “Viva la Muerte” y “mueran los intelectuales”.
No es la clásica película de la guerra civil, tema que ya nos cansa en su tratamiento, sino una película que con pocos trazos pero brillantes, nos muestra la situación de la España en guerra civil y de la situación de los ciudadanos. Una visión suave, clara, rigurosa y nada tendenciosa, que muestra la grandeza de los grandes hombres, y la miseria de los pequeños, que se ve cuando se ponen a prueba.
Aquí va la escena real acontecida y casi fielmente reproducida en la película, momento en que interviene Don Miguel de Unamuno en presencia de cientos de legionarios y paladines de la causa nacional, incluida la esposa de Franco, y replica la reivindicación de los seguidores de Millán-Astray, tan audaz como fanático, de la muerte como meta del soldado:
Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de ¡viva la muerte!. Esto me suena lo mismo que, ¡muera la vida!. Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y otra cosa! El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente, hay hoy en día demasiados inválidos. Y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Míllán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él. (… ) El general Millán Astray quisiera crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada…»
Furioso, Millán gritó: «¡Muera la inteligencia!». En un intento de calmar los ánimos, el poeta José María Pemán exclamó: «¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!».
Unamuno no se amilanó y concluyó:
¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España.
Millán se controló lo suficiente como para, señalando a la esposa de Franco, ordenarle: «¡Coja el brazo de la señora!», cosa que Unamuno hizo, evitando así que el incidente acabara en tragedia.
En fin, ahí quedan mis comentarios a las dos películas por si son útiles, y sé que en lo relativo a la película «Parásitos» voy contra corriente y que toca sumarse al cine de culto y aplaudir películas que tienen exotismo y guiño social, pero la respuesta me la ofrece una afirmación de Miguel de Unamuno en Después de la Guerra, que era habitual en él:
Si me dan la palabra, me conozco, y me la juego.
Como siem pre Brillante
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Fe de erraras: «Mientras Dure la Guerra», no «Después de la Guerra » (detalle importante)
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