Lo que los humanos debemos aprender de los gorilas

Tuve ocasión de visitar la semana pasada el Parque Natural de Cabárceno (Santander). Muy recomendable la visita por la abundancia de especies, por lo bien organizado, por la visión vertical desde el funicular, y por la sensación de libertad de visitantes y animales ( en ambos casos por no estar masificado de unos ni otros).

Fue muy provechosa, especialmente cuando dos niños disfrutan lo indecible, pero quiero compartir una anécdota que me impactó y que justificó toda la visita.

Próximo al cierre, la última visita la reservé al espacio de los gorilas. No digo “jaula” porque realmente es un espacio amplio, con lianas, redes y otros utensilios para jugueteo de los simios, que está separado por un grueso cristal de las miradas de los visitantes (son pioneros en someterse al Gran Hermano, pues mantienen su vida y juegos indiferentes a los ojos curiosos de los visitantes).

Siempre me impresiona ver gorilas u orangutanes porque descubro rasgos humanos, como me impresiona igualmente que animales de tan gran peso, fortaleza y colmillos sean vegetarianos (bambú, fruta y plantas), o que caminen apoyando los nudillos, o su increíble habilidad con pies y manos, o que cuiden de su aseo personal, lo que me lleva a pensar en el dato objetivo de que el ADN de los gorilas es similar al  de los humanos, aproximadamente en el 98% de los mismos. Y por eso siempre acabo preguntándome con qué derecho los tenemos recluidos, aunque calmo mi conciencia pensando que si así no fuese, quizá sería cazados y muertos por desaprensivos.

Pues bien, cuando miraba curiosamente la actividad de los seis gorilas hembras y un gorila macho (gris) allí alojados, además de dos pequeñines, brotó una trifulca entre dos gorilas hembras. Me quedé sobrecogido: saltaron, mostraron las fauces agresivas, golpearon el suelo y se asestaron violentas palmetadas, de forma rapidísima pues pronto intervino el macho gris como si fuera un policía disolviendo enérgicamente una manifestación, con lo que una de ellas se refugió en una esquina y la otra trepó a lo mas alto de la instalación de cordajes. Tras el estrépito llegó la calma, y entonces un cuidador de los gorilas se colocó a mi lado con un móvil y le hizo señas a la gorila provocadora, a mas de seis metros de distancia, para que viniese.

   La gorila captó el ruego, se descolgó con calma y se aproximó al cuidador. Me emocionaba estar separado a unos centímetros por el grueso cristal de un animal tan impresionante como hermoso. Impresionante, por su parecido con la anatomía humana. Hermoso, por la conjunción de facciones, pelaje y colorido. Entonces el cuidador la miró y le hizo una señal con la mano vuelta hacia abajo para indicarle que se calmase y me explicó: “ Es que últimamente está muy alterada. Se llama Molla, tiene trece años y ha discutido por el espacio con una compañera, pero quien pone orden es el macho, que es la máxima autoridad y cuya misión a cambio de la poligamia es poner orden en los conflictos y protegerles”.

Caracoles. Una organización de los gorilas que en una especie de “contrato social” ceden al macho el papel de árbitro y jefe.

Pero no acabó la sorpresa. A continuación el cuidador se agachó y el gorila hizo lo mismo, frente a frente. El cuidador comenzó a pasar fotos del móvil frente a Molla, quien las miraba fijamente. De pronto la gorila puso ojos de arrobo y juraría que sonreía, al mirar una foto de otro ejemplar. El cuidador me dijo que “Es la foto de su padre. Está en un zoo de Praga y solo ver la foto, la calma muchísimo”. Siguió pasando fotos y Molla disfrutaba como los humanos viendo fotos de ágapes familiares. Súbitamente, otra foto borró la tranquilidad del rostro y se llevó las manazas a los oídos, negando con la cabeza y con mirada de terror.

El cuidador pasó la foto rápidamente y me dijo que era la imagen de una gorila rival que en el pasado había luchado con ella.

Me maravilló esta sensibilidad de la gorila y como reconocía los amigos y enemigos.

El cuidador se guardó el móvil y Molla le miraba suplicante, y como no reaparecía el juguete, tomó un palo e hizo como que con la mano lo repasaba rápido para indicar lo que quería. Yo me sentía como Dian Fossey observando gorilas en Uganda.

El cuidador se despidió de ella con cariño y al comentarle lo impresionado que estaba de su conversación con la gorila, me comentó que recientemente había fallecido una gorila que manejaba casi mil ideas asociadas a gestos o palabras, cuyo significado comprendía perfectamente.

En fin, que yo había leído y visto películas de gorilas, orangutanes y chimpancés con potencialidad tremenda para comunicarse y tomar decisiones (Gorilas en la niebla,1988; Congo, 1995; El planeta de los simios,etcétera). Sin embargo era la primera vez que en vivo y directo asistía a esta demostración sencilla pero real.

Sobre todo me impresiona que visto lo visto, la sensibilidad, ternura y empatía de estos grandes simios supera la de muchos humanos. No sé quien decía pero posiblemente tenía razón, de que dentro de los gorilas hay un humano pero también dentro de los humanos hay un gorila.

Ahora pienso que  el cristal blindado no es para que no escapen los gorilas sino para que no entremos nosotros…