Claves para ser feliz

No hay tiempo para nada

Esa sensación me llega frecuentemente. No es que llegue tarde a mis citas o metas, como el conejito de Alicia en el País de las Maravillas, es que a veces ni siquiera tengo tiempo para iniciar el viaje, y otras tengo overbooking de tareas. Veamos el problema de la sobrecarga de mi nave espacial, Houston.

En primer lugar, el tiempo dedicado al trabajo, que hay que hacerlo porque para eso nos pagan, y eludirlo sería un enriquecimiento injusto. Somos afortunados de contar con trabajo hoy día y seríamos ingratos de no aprovecharlo y realizarlo con seriedad. Además es importante contar con una rutina y creernos que somos útiles a la sociedad con nuestro trabajo.

En segundo lugar, el tiempo dedicado a mi trabajo extra como banquero, chófer y profesor, pues esas tres vertientes son el núcleo fundamental de servicio prestado a mis hijos; me explico: banquero, por la financiación del goteo de sus gastos, tan frecuentes y a veces inútiles, que me hacen actuar o sentir como Ebenezer Scrooge del cuento navideño de Dickens; chófer, por los porteos para atender a sus necesidades -deportes, clases, etcétera- que me hacen sentir Morgan Freeman como conductor de Mis Daisy en la película clásica; y profesor, por el esfuerzo de inculcarles algo de educación, al mejor estilo de la señorita Rottenmeier de la novela infantil Heidi.

Y en tercer lugar, el tiempo que ocupo de mayordomo, en labores domésticas, reposición de consumibles, papeleo vario, así como de mantenimiento casero (con un taladro en la mano me siento como Bernini con un escoplo).

Si sumamos a esas múltiples ocupaciones el tiempo dedicado de forma discontinua y casi furtiva a la lectura, al deporte o paseo, así como el tiempo de desplome en el sofá mirando la pantalla del televisor con ojos vacunos (incluida cabezadita de siesta,claro), el resultado es el milagro de los panes y los peces, pues parece que las horas del día se han multiplicado para atender tanta labor, y sin olvidar la visita obligada a los mayores (cada vez más obligada pues cada vez son mayores) y el guiño amistoso a los amigos (que siguen siendo amigos pese a que cada vez nos vemos menos).

Finalizada esta queja a modo de terapia personal, llega la reflexión. ¿Cómo se las arreglaban Lope de Vega o Quevedo para escribir miles de obras en una vida corta, donde no había luz eléctrica, ni ordenadores, ni vehículos, ni supermercados?, ¿cómo podían conseguir tinta, pluma y papel, corregir y poner lo escrito en el mercado?, ¿cuando aprendían latín, griego y otros idiomas?, ¿acaso su cultura sobre los clásicos y el arte no requería tiempo de lectura, aprendizaje y reflexión? ¿acaso no dedicaban el tiempo a dormir, a la higiene, a pasear?, ¿no sufrían dolores de muelas o fiebres incapacitantes temporalmente?, ¿y períodos de ansiedad o nervios que les desestabilizaban?, ¿cómo podían conciliar este trabajo con el amor, pues también tuvieron numerosos lances sentimentales, con las energías y tiempo que consume?, ¿cómo podían comer, beber y tener hábitos que hoy día se califican de perniciosos para la salud?, ¿sus horas eran de doscientos minutos?

 Y lo dicho de esos escritores, puede afirmarse de los músicos, pintores, novelistas, médicos y científicos anteriores la siglo XX, que de una forma que escapa a mi imaginación, conseguían organizar su tiempo para obtener una ingente cosecha productiva. No se trata tanto de asombrarse de su mente prodigiosa, sino de la parte material de organización del tiempo.

¿Será que ellos no estaban rodeados de tanta información como nosotros que nos distrae de lo realmente importante?, ¿será que no existían, como ahora, infinitas maneras de despilfarrar el tiempo al alcance de la mano?, ¿será que hemos convertido en obligaciones infinidad de rutinas prescindibles?, ¿o será que tenían un envidiable sentido de su vida, entendida como esfuerzo organizado, que conciliaba su existencia con la ajena, y el servicio a los demás?

Hoy nos lamentamos de «no tener tiempo para nada», pero el truco radica en no intentar «tener tiempo para todo», sino priorizar, y valorar cada unidad de tiempo de la que disponemos. Me encanta la frase de C.S. Lewis:

“El futuro es algo que todo el mundo alcanza a razón de sesenta minutos por hora, haga lo que haga, sea quien sea”.

– CS Lewis

5 comentarios

  1. Al menos, los que anhelamos parecernos en productividad y producción, aunque sea en algo, al autor del texto, nos quedamos con el consuelo de que tales logros son difíciles. A veces parece incluso fácil. Feliz descanso y gracias por todo ese trabajo, en la parte que nos toca.

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  2. Aunque el tiempo no para ni espera, la generalizada sensación actual de que nos falta tiempo para todo debe ser precisada.

    En primer lugar, porque esa percepción se haya condicionada en origen por el hecho de que estar siempre ocupados y hacer mil cosas sea signo de normalizacion y reconocimiento en nuestra sociedad. Así, los modelos sociales que se nos presentan de la normalidad y el éxito plantean la necesidad obsesiva de vivir una vida muy ocupada e intensa para que sea plena. Al punto de que todo lo que no son obligaciones, incluido el ocio programado, son distracciones.

    En segundo término, porque la santificación de la velocidad, la instantaneidad, la transformación constante, la ansiedad por el cambio y el vivir en un eterno presente que propugna nuestra sociedad provoca artificiosamente la falsa impresión de que nunca llegamos –pues los logros nunca alcanzan a las expectativas- o siempre llegamos tarde -a nuestro futuro que es nuestro presente-.

    Por ello, tenemos que empezar por abrir los ojos y dejar de engañarnos, atemperando nuestra velocidad vital y simplificando nuestras auténticas necesidades. Debemos no tener tiempo…para tener prisa.

    Ahora bien, dicho lo anterior, debe reconocerse que saber aprovechar el tiempo es una de las cosas más difíciles que hay en la vida. Tanto que, más que definiciones, valen ejemplos -como el de nuestro querido y admirado redactor custodio del Blog- Cuidar, ocuparse y atender puntualmente (sin llegar fuera de control) de todas las necesidades (piezas del complejo rompecabezas de nuestro yo), que dan forma, imagen y color al lienzo cambiante de nuestra vida, es sumamente complicado. Para ello, además de compendiarlas, jerarquizarlas y ordenarlas y de organizar y planificar nuestro tiempo en su función (dejando abierta la puerta a la improvisación y al imprevisto), resulta esencial evitar toparse con ladrones de tiempo (Vbgr. personas abusonas, negativas o tóxicas; ambientes desordenados y tensos; actitudes personales inconstantes, dispersas o indisciplinadas; seguimientos de programas, lecturas o personas que no aportan y quitan; falta de delegación de ciertas funciones o labores; confusión o mezcolanza de prioridades; etc.) pues, de surgir, acabarán rompliendo los factores de la ecuación.

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  3. De vez en cuando hay que hacer
    una pausa

    contemplarse a sí mismo
    sin la fruición cotidiana

    examinar el pasado
    rubro por rubro
    etapa por etapa
    baldosa por baldosa

    y no llorarse las mentiras
    sino cantarse las verdades.

    “Pausa”, Mario Benedetti

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