Reflexiones vigorizantes

Preparados para lo inesperado

He estado en la playa. Sol y relajo mientras la  amenaza silenciosa nos rodea. Repleta la arena de cuerpos tendidos al sol o paseando, y repleta la franja delimitada por banderas para los bañistas. No deja de sorprenderme que se parcele el mar para el baño, por razones de vigilancia, pero provoca el efecto de un rebaño controlado chapoteando en la charca antes de volver al campo.

Una sensación parecida tenemos en la actual pandemia en que nos sentimos objeto de un experimento, como si un gigante invisible jugase con nuestras vidas y dijese:

«Ahí hay unos infelices que se creían felices. Que creían poder planificar el futuro. Que creían haber podido vencer lo grande y lo pequeño. Pues va a ser que no. Ahí va un bichito para tenerles en jaque. Nada de terroristas ni plagas, ni terremotos o desastres que dañan y se van. No. Un bichito invisible, que no se sabe cuando se va ni si volverá, pero temible y que daña a discreción. A todos los países, a todos los pueblos, a todos los gobiernos y sin discriminar entre víctimas. Para arrebatarles la salud. Para que su trabajo se tambalee. Para generar la discordia entre la gente. Para que no tengan confianza en los gobiernos ni en las religiones, ni en la ciencia. Para que no tengan la osadía de creer que el mundo es aburrido».

Siempre queda el refugio del tonto y del insolidario. Del negacionista que cree en la teoría de la conspiración. Del frívolo que se consuela pensando que a él no le tocará. Del anciano que cree haber vivido mucho y que ya no es su problema; del joven que cree que vivirá mucho y que los mayores solucionarán el problema; del adulto que cree que no ha vivido nada igual pero no aprende nada de ello. Las cosas pasan y nunca sabremos todas las razones ni las consecuencias, pero tenemos el deber de estar preparados para aprender de la experiencia y afrontar los retos con cara solidaria y tolerante. Todos viajamos en el mismo planeta.

Igual que en el río clásico, nunca nos bañamos dos veces mismo mar. Pero en esta ocasión, no somos los mismos los que nos bañamos en el mismo mar. Ahora comprendemos la frase de H.G. Wells en La Guerra de los mundos:

Sea como fuere (…) estos acontecimientos han de cambiar nuestros puntos de vista con respecto al porvenir de los humanos. Ahora sabemos que no podemos considerar a este planeta como completamente seguro para el hombre, jamás podremos prever el mal o el bien invisible que pueden llegarnos.

También me ha venido a la mente una lectura de mis años de adolescente. Es un relato titulado “El muchacho que predecía los terremotos” (Margaret St. Clair). Permítame que lo reproduzca en fragmentos pues me gustaría compartirlo.  Trata sobre un chico que suelen llevar a la televisión:

«Permanece en antena durante doce minutos. La mayor parte de ellos se limita a charlar, contando a los espectadores lo que estudia en el colegio, los libros que ha leído y cosas por el estilo. La clase de conversación que uno oye de cualquier muchacho simpático y tranquilo. Pero siempre hace una o dos predicciones. Como mínimo, una, y como máximo tres. Se trata de cosas que ocurrirán durante las próximas cuarenta y ocho horas. Herbert dice que, más allá de ese plazo, no puede ver nada.

– ¿Y las predicciones se cumplen? – inquirió Read, y más que una pregunta era una afirmación.

– Siempre -replicó Wellman, con leve tono de cansancio. Lanzó un bufido-. El último abril, Herbert predijo la caída del avión estratosférico en Guam, el huracán de los Estados del Golfo, y los resultados de las elecciones. También anunció el desastre del submarino en Las Tortugas. ¿Te das cuenta de que el FBI, durante cada programa, tiene un agente en el estudio, junto al muchacho? Se trata de una medida para suspender inmediatamente el espacio si el chico dice algo que sea contrario a la política pública. Así de en serio le toman»

 Es tal su acierto en sus espontáneos pronósticos, que unos científicos quieren examinarle pero el muchacho estaba nervioso:

– No, no. Me es imposible.

– Pero, ¿por qué, Herbie? -gimió su padre-. Por favor, dime por qué no quieres. ¿Por qué te niegas a actuar en tu programa?

– No puedo -replicó Herbert-. Por favor, no me pregunten. No puedo. Eso es todo.

Read observó lo pálido que estaba el muchacho.

– Pero, Herbie… ¡Tendrás cuanto quieras.!»

Finalmente le convencen y habla en el programa:

– Quiero hablarles de mañana. Mañana… -hizo una pausa y tragó saliva-, mañana va a ser distinto a cuanto ha habido en el pasado. Mañana será el comienzo de un mundo nuevo y mejor para todos nosotros.

Al oír aquellas palabras, Read sintió que le recorría un escalofrío. Observó los rostros que le rodeaban. Todo el mundo escuchaba a Herbert con expresión absorta. Wellman tenía la mandíbula un poco caída y, sin darse cuenta, jugueteaba con los unicornios que adornaban su corbata.

– En el pasado ha habido etapas muy malas -seguía el joven Pinner-. Hemos tenido guerras, ¡tantas!, y hambre, y epidemias. Se han producido depresiones sin que supiésemos qué las producía; ha habido gente que pasaba hambre cuando había comida y que moría de enfermedades para las cuales conocíamos el remedio. Hemos visto malgastar la riqueza del mundo. El agua de los ríos se ha vuelto negra a causa de los desperdicios que a ella arrojaban, aproximando cada vez más el hambre a nosotros. Hemos sufrido, hemos atravesado una larga y mala época… Pero a partir de mañana -su voz se hizo más alta y más profunda-, todo esto cambiará. No habrá más guerras. Viviremos el uno junto al otro, como hermanos. Dejaremos de matar, de causar destrozos, de arrojar bombas. El mundo, de polo a polo, serán gran y fértil jardín, repleto de fruta, y nos pertenecerá a todos, para que lo disfrutemos y seamos felices. La gente vivirá mucho tiempo, será dichosa y sólo morirá de vieja. Nadie volverá a tener miedo. Por vez primera desde que los hombres existen sobre la tierra, viviremos como deben hacerlo los seres humanos. «Las ciudades serán ricas en cultura: arte, música, libros… Y todas las razas contribuirán, cada una según sus posibilidades, a esa cultura. Seremos más inteligentes, más felices y más poderosos de lo que nadie ha sido jamás. Y muy pronto… -el muchacho dudó un momento, como si temiera cometer un desliz-. Muy pronto mandaremos al espacio nuestras naves cohete. Llegaremos a Marte, a Venus y a Júpiter. Iremos hasta los límites de nuestro sistema solar para ver cómo son Urano y Plutón. Y a lo mejor desde allí, es posible, seguiremos adelante y visitaremos las estrellas… Mañana será el comienzo de todo esto. Y nada más, por ahora.

Adiós. Buenas noches.»

Los periódicos se hicieron eco de sus felices predicciones: «Un muchacho de quince años ha anunciado al mundo que, a partir de mañana, sus penas habrán concluido, y el mundo se ha vuelto loco de alegría. El muchacho, Herbert Pinner, cuyas siempre exactas predicciones le han ganado una audiencia mundial, ha predicho una era de paz, abundancia y prosperidad como jamás se ha conocido…»

Como estaba nervioso, el muchacho finalmente confiesa al científico la razón de su mensaje:

… mañana el Sol será distinto… Quizá sea preferible… Quise que todos fueran felices. No puede reprocharme que les mintiera, señor Read.

Read fue hacia él, furioso. – ¿Qué pasa? ¿Qué va a ocurrir mañana? ¡Tienes que decírmelo!

– Pues mañana, el Sol… He olvidado la palabra… ¿Cómo se llama una estrella cuando aumenta repentinamente su brillo y se vuelve un millón de veces más cálida de lo que era antes? – ¿Una nova? – gritó Read. – Eso es. Mañana… el Sol estallará.»

Aquí está el relato completo. Forma parte de una colección de relatos de suspense de Hitchcock, pero me impactó con dieciséis años y todavía lo leo con un escalofrío. Al menos en la adolescencia me sacudió la mente y ahora en la madurez me sacude el corazón.

 

1 comentario

  1. La terca realidad, término que nada tiene que ver -no se dejen engañar- con ese otro -falaz y artificioso- de la nueva normalidad, es que, tras el verano, no solo no salimos más unidos y más fuertes (como con tono triunfalista afirmaba nuestro Presidente), sino que tampoco existe más seguridad, ni menos incertidumbre.

    El banco de reservas de besos y abrazos de la humanidad se ha quedado vacío y, por política sanitaria, su maquina de hacer billetes ha dejado de funcionar. La humanidad, tras haber sido sicoanalizada por el virus, huye despavorida de sí misma. Y nuestro planeta se ha convertido en una institución mental.

    Pero, más allá de acudir a la medicina y la ciencia, ¿qué podemos hacer?
    Goethe acudía a la expresión «raíces y alas» (surgidas de nuestra experiencia y pasado) como forma y modo de salir adelante. A ambas debiéramos asirnos para estar preparados frente a lo que venga. Y esperar todo… para que lo inesperado nunca suceda.

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