Claves para ser feliz

El valor de nuestro tiempo ha cambiado y nos ha cambiado

imagesTodos habíamos asumido la versión chusca del principio de relatividad de Einstein, asumiendo lo que la experiencia demuestra: que el mismo fragmento horario se siente insoportablemente largo cuando nos aburrimos y deliciosamente corto cuando disfrutamos. Lo explicaba jocosamente el propio Einstein: « Una hora sentado con una chica guapa en un banco del parque, pasa como un minuto, pero una hora sobre una estufa caliente parece una hora».

Lo curioso es que la pandemia del coronavirus nos ha afectado de forma brutal a nuestra percepción del tiempo.

Time-TravelLas limitaciones impuestas por el Estado de Alarma nos han impedido ser dueños de nuestro tiempo, porque no podíamos salir, pasear, entregarnos a ocio o trabajos. Sin embargo, esta afirmación también es relativa, porque paradójicamente hemos sido totalmente dueños de nuestro tiempo a puerta cerrada, en nuestros domicilios. Nunca antes se nos había obligado a ocupar nuestro tiempo en celdas, obligados a improvisar ejercicios espirituales para comprender en nuestros hogares lo que sucedía, pero paradójicamente todos totalmente libres y seguros en nuestra madriguera.

Los días han perdido relieve, sin marco de  referencia y hasta el punto de no saber en qué día se vive. Nuestro ciclo vital, nuestro biorritmo, que tanta seguridad nos daba en el pasado, se ha visto alterado. Las rutinas dan seguridad y permiten planificar, pero curiosamente la rutina de trabajar, de tomar el café, de seguir actividades deportivas o festejos familiares, de acudir a ritos religiosos o eventos sociales, se han quebrado. Un agujero negro en nuestro tiempo se las ha tragado. Pero cuando se rompen las rutinas es precisamente cuando se replantean. Y es que, tras la crisis, no serán las mismas. Y si nuestras rutinas y biorritmos cambian, nosotros cambiaremos. El virus habrá conseguido no solo afectar a nuestra salud física sino a nuestra salud mental.

5724487-EXAKRJPB-7El tiempo disponible ha dejado de ser coartada frente a nuestros sueños incumplidos. Hasta ahora muchos solíamos aferrarnos al cómodo mantra de «no tengo tiempo», cuando se trataba de iniciar alguna actividad deseable o soñada, pero que requería esfuerzo o disciplina. ¿Ordenar esa habitación o biblioteca?, «No tengo tiempo»; ¿ escribir una novela o poesía?, «Ahora estoy ocupado»; ¿ Llamar a los amigos, familiares o compañeros a los que no veo hace años?, « Ya lo haré en otro rato»; ¿aprender un idioma, recuperar el tono muscular con ejercicios simples?, «No tengo tiempo». ¿ Aprender a cocinar y comer sano?, « No es el momento».

Sin embargo, deberíamos convertir la necesidad en virtud, y haber considerado el confinamiento como un regalo de tiempo para nosotros, que no todo el mundo lo ha aprovechado. Con teletrabajo o sin él, el tiempo que íbamos a gastar fuera de casa se nos entregaba como un cheque en blanco para rellenar en el hogar. Pero lo hemos dejado deslizar de los dedos mientras nos quejábamos de no poder usar nuestro tiempo fuera de casa. Y eso que todos solíamos coincidir plácidamente en aquello de: ¡Como en casa, en ningún sitio!

Quizá la culpa de esta pasividad o inactividad hogareña residía en la incertidumbre que nos atosigaba, la gravedad sanitaria del trance, en la atención a bombardeos de noticias, en el atractivo de sofás, siestas y pantallitas de ordenador que poco daban pero nada exigían.

image_content_18381000_20161016205935El tiempo futuro se ha vuelto inaccesible, tanto el inminente como el lejano. En efecto, la incertidumbre de los próximos meses en cuanto a trabajo, vacaciones y políticas es inquietante, y a largo plazo,  se ha tambaleado el horizonte de vida en que todos vivíamos cómodamente instalados, privando de sentido aquello de los planes de pensiones, ahorrar para la casita de la jubilación, las inversiones y los previstos escenarios de supervivencia a largo plazo. El virus ha segado numerosas vidas, y a los que nos ha respetado, nos ha advertido que otras causas distintas de los virus siguen cortando miles de vidas cada año. Y sí, es cierto que a mayor edad, mayor cosecha del ángel de la muerte, pero ser joven o adulto no es garantía de inmunidad.

Incluso el mismo tiempo para despedirse de los familiares fallecidos o para visitar los enfermos ha sido excluido de la agenda vital en esta crisis.

Lo cierto es que a partir de ahora, el tiempo futuro lo veremos con un alto factor de impredecibilidad, por si acecha otro virus, por si muta, por si hay una guerra, por si la economía o el calentamiento global nos lleva a la hambruna, o porque estadísticamente, nadie nos librará de que uno de los gobiernos que nos toque en las próximas cuatro legislaturas será un completo desastre con efectos radioactivos para la calidad de vida.

Dovey-What-It-Feels-Like-to-Be-OldDe ahí que debemos tener la grandeza de no mirar el tiempo como un lienzo para pintar o vivir, sino como la oportunidad de ser algo, o no ser nada, pues marca nuestras vidas en el sentido de retarnos a actuar, como nos alertaba José Saramago (Ensayo sobre la ceguera):«el tiempo es nuestro compañero de juego al otro lado de la mesa y tiene todas las cartas del mazo en su mano, tenemos que adivinar las cartas ganadoras de la vida, nuestras vidas ».

Dicen que la Reina Isabel I de Inglaterra musitó en el lecho de muerte:« cambiaría todo mi reino por un minuto más de vida».

Sobrevivir al tiempo es el sueño más persistente y más inútil del ser humano. Por eso, me ha producido una extrañísima mezcla de desazón y tranquilidad leer en este confinamiento que cuando seamos un cadáver, éste seguirá vivo aunque esa vida no será la nuestra, sino de las bacterias que hemos dejado allí así como las que acudan al festín, actividad que podrá ser interrumpida por la cremación, pero incluso si se mantiene el cuerpo en un ataúd cerrado (el único confinamiento del que nadie se escapa ni burla)164714-169454 la descomposición según los fisiólogos requiere un tiempo comprendido entre cinco y cuarenta años, con lo que, como advierte el escritor Bill Bryson: «Por término medio, las tumbas solo se visitan durante unos quince años, de modo que la mayoría de nosotros tardamos mucho más en desaparecer de la faz de la Tierra que de la memoria de los demás». O sea, que posiblemente nuestros descendientes “no tendrán tiempo” para visitarnos, aunque lo más grave a mi juicio, será que “no tengan tiempo” para recordarnos.

En fin, lo que es seguro, es que cuando esto pase y todos regresemos a nuestras rutinas, echaremos de menos estos dos meses largos en que el tiempo parecía ralentizarse y teníamos «tiempo para no hacer nada». Yo al menos, me esforzaré en recuperar los pequeños momentos plácidos con cafés, tertulias con amiguetes, jugueteos con mis niños, carantoñas con mi pareja, dar rienda suelta a la creatividad sobre papel, seguir la máxima de Confucio de disfrutar con el trabajo para que deje de serlo, ronronear ante la cercanía cariñosa de mis lectores, engañarme haciendo algún deporte para bajar peso, y en fin, intentar ser dueño de mi tiempo y no que el tiempo sea dueño de mi vida.

Y es que personalmente, creo que el tiempo hay que vivirlo para acumular escenas y58411f4fed61e9d5f63c1c1cc9d83e27 experiencias en la memoria, pues ésta será la alcancía que nos servirá de pasatiempo en los tiempos muertos, así como cuando nuestras extremidades y órganos sensoriales vayan quedando muertos.

En suma, el pasado siempre existe pero sólo si se ha vivido y es recordado. Bueno será tenerlo en cuenta. Al menos aprendamos algo de la amarga experiencia vivida.

2 comentarios

  1. Lo bueno de todo esto, son muchas cosas, pero a mí lo que más me ha satisfecho es que mi hijo, me sorprendió con todo un discurso sobre el tiempo , el tener cosas, y demás para concluir que con menos y ser dueño del tiempo se tiene todo. Cuando quien te lo dice tiene 28 años uno piensa que no ha perdido el tiempo con monólogos en esa línea , que siempre pensé que no lo escuchaba ni el perro. En fin en el fondo esto del virus no está tan mal. Todo una oportunidad.

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  2. Al principio del confinamiento, me costó aquietarme, después de unos días, he disfrutado de estar en mi casa, sin horarios para despertar, leer, limpiar,en familia, .. he disfrutado , me ha encantado parar mi ritmo. Y reconozco, que me acomodé a estar sin trabajar. Aún, sin olvidarme de la terrible razón del encierro, sobretodo, no olvidó a las muchas personas que se han ido, cuando no le tocaban. Lo siento bastante. Y me da pena las miles de familias, que han perdido a sus seres queridos.

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