Me entero con pesar de la noticia de que la editorial Planeta ha dado la puntilla a las Obras Completas del viejo Círculo de Lectores. Los ejemplares de la colección de Obras Completas, que no fueron vendidos, se convertirán en pasta de papel.
El mismo destino que tienen los restos de edición no leídos del inmenso fondo del Círculo de Lectores. Me apena, porque buena parte de mi generación tuvimos la oportunidad de asomarnos a la lectura de la mano de esos libros, como en mi caso, que llegaban puntualmente a la casa de mi tío Ramón y donde acudía a repostar la gasolina literaria del cerebro. Es significativo que el Círculo de Lectores llegó a tener 500.000 socios y a publicar hasta 300 títulos anuales, dos magnitudes inimaginables en tiempos de Black Friday.
La Colección Obras Completas fue una idea estimulante de concentración de la gran literatura en los años 90, y tuvo el mérito de convertir la Babel literaria en un Parnaso de autores selectos. Cumplida su misión será aplastada.
Ese librocidio me inquieta y comparto el sensato aullido vertido en la red por de mi amigo Felipe Chaneta que sitúa la cuestión en sus justos términos:
El patrimonio cultural es un mosaico rico y diversificado de expresiones culturales y creativas que nos han transmitido las generaciones anteriores y que debemos transmitir a las venideras. Si, a título de ejemplo, los edificios protegidos no pueden destruirse por sus dueños -por muy dueños que sean- y requieren de autorización y control para cualquier actuación que les afecte? ¿No debiera suceder lo mismo con colecciones como ésta? ¿No debiera, antes de permitirse su destrucción, existir un derecho de adquisición a favor del Estado (Vbgr. a través del Ministerio de Cultura o Educación) por un precio simbólico? Más sutil, más disimulado, pero igual de irracional, cruel y destructivo: ¡Farenheit 451 está aquí!. Y no queremos verlo.
Comprendo el agotamiento del mercado porque se da la paradoja de que se escribe mucho y se lee poco. Es innegable que buena parte de la juventud ve la literatura como extravagante arqueología; y ciertamente el catálogo de títulos del Círculo de lectores no atraería a una generación adolescente que se siente cómoda con artilugios tecnológicos, y que cuando se asoma a la lectura es por obligación o porque le ofrece ficciones delirantes, o mundos superficiales; pero sobre todo, porque el estándar de lectura juvenil actual consiste en lecturas que no les agoten, a poder ser con estampitas y a poder ser breves.
Quizá, y esta es una opinión personal acaso errada, el peso en nuestra generación de la caligrafía, ortografía, sintaxis, unido a la relevancia de comunicación escrita en el mundo escolar (redacciones), y la ausencia de alternativas de comunicación audiovisual que nos transportasen a otros mundos, nos permitió apreciar la belleza del lenguaje, la magia de las palabras combinadas para expresar ideas o historias. Hoy en cambio, el peso del móvil, las urgencias de Twitter y Whastapp han conducido a una crisis de venta de bolígrafos y al retorno a mensajes breves propios de Toro Sentado ante la pantallita.
Pero dejando aparte mi visión pesimista sobre esta actitud de la juventud (muy optimista en otras valiosísimas facetas que poseen), me resulta extraña la sensación de asistir no solo a la conversión de las Obras Completas del Círculo de Lectores, sino a tantísimo ejemplar primorosamente editado “en búsqueda de lector” que las editoriales para desalojar almacenes envían al horno crematorio, a la trituradora o en el mejor de los casos a la extinción de una inmensa masa de lomos, cubiertas, hojas, palabras y frases, en bloques de pasta de papel; poética mutación de la dura cultura en la blanda pasta, pues ciertamente esos libros ni se entierran ni si incineran, sencillamente se transforman en pasta de celulosa, que les abre paso a una especie de renacimiento para alojar nuevos libros.
El problema es como reciclar o renovar las filas de los lectores.
No volverán mis años de lectura nocturna concentrada en ese bien escaso que eran los libros del Círculo de Lectores. No volverán los codiciados libros de papel que puntualmente llegaban por un correo postal que también agoniza, pero mi memoria tiene grabada su huella editorial, entre otros muchos casos, de las golondrinas que tampoco volverán de Bécquer, ni las confesiones de la vida de Pablo Neruda, mi periplo oriental por Las mil noches y una noche (versión de Blasco Ibáñez), mi encuentro con abogados frívolos en La Hoguera de las Vanidades (Tom Wolfe), el mundo universitario de La promoción (Eric Segal), la epopeya en el mundo mágico y la medicina con El medico (Noah Gordon) o la desternillante La Conjura de los necios (John Kennedy Toole).
Ese recuerdo nadie lo quita, aunque mis propios libros del Círculo, que están durmiendo en algún recodo «del salón en el ángulo oscuro» vayan posiblemente a tener similar destino que los fondos editoriales cuando, parafraseando la obra de García Márquez «el libro no tenga quien lo lea». Como comenté en su día, solo los muertos saben la vida que han vivido y lo que han leído.
Hace algún tiempo, al hilo de si tiene sentido destinar dinero al mantenimiento de obras de arte cuando millones de personas viven en penuria o mueren de hambre, sed y enfermedad, escuché la siguiente reflexión. Para que, en nuestra vida, lo urgente no se lleve por delante lo más importante, hemos de dIstinguir (así lo hace la Filosofía) entre valores en peso y valores en altura. Los primeros son aquellos que satisfacen las necesidades básicas para la vida y, ciertamente, son necesarios. Pero, si importante es vivir, más aún lo es vivir una vida humana. Es decir, la que es digna de ser vivida. Y a ésta se llega con la aportación de los valores de altura, como por ejemplo los de ¡la Cultura!. Porque no se trata de vivir sin más o de sólo vivir más días sino, más bien, de dar más vida a esa vida y más sentido a esos días añadidos. Por eso, una sociedad que no tiene y defiende estos valores en altura no es una sociedad decente y digna.
Gracias José Ramón, una vez más, por convertirte en altavoz de justas causas y hacer de voz y martillo frente a los asesinos -silenciosos pero implacables- de la Cultura.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias por describir tan maravillosamente lo que pienso y siento!!!
Me gustaMe gusta