Educación

Extraños maleducados en el tren

caberado trenTras subir al tren para viajar de Madrid a Oviedo presencié desde mi asiento como un joven altísimo y trazas de rapero embutido en ropa cara, se enfrentaba con el revisor en discusión creciente.

Los pasajeros asistimos a las exigencias del joven de que su asiento tenía que ir en la dirección de marcha del tren para no marearse y que le buscasen uno, y asistimos a las pacientes explicaciones del revisor de que el vagón iba completo y cada uno tenía el que le correspondía.

El tono se elevaba y la conversación se limitaba a un bucle de exigir y rechazar hasta que el joven se sentó en su sitio, contrario a la marcha del tren, pero siguió farfullando en voz alta (y digo “farfullando” porque para la Academia es “hablar deprisa y atropelladamente”).

Llevaba diez minutos de tabarra solitaria, quejándose de Renfe, del personal, de su derecho a ir volteado mientras el resto del pasaje le mirábamos con hastío. Entonces un chico se ofreció a cederle su sitio pero lo rechazó con desdén y sin darle las gracias porque ese espacio también iba en sentido contrario, y siguió su solitario delirio.

Pero este botarate (la Real Academia califica así al “hombre alborotado y de poco juicio”) tuvo justo castigo a su incívica conducta.

Captura de pantalla 2017-06-24 a las 14.25.221. Mientras le observaba vociferando con sus enérgicas exigencias de responsabilidades que iban creciendo desde RENFE hacia el Ministerio, pasando por Asturias y todo bien cargado de adjetivos despectivos, mi tensión crecía y oscilaba entre la desesperación el impulso homicida.

Me preguntaba como era posible que en el siglo XXI, un joven que ha tenido toda la cultura y educación a su alcance podía comportarse como un energúmeno.

¿No se le ocurrió pensar que los demás pasajeros no teníamos que soportar su mal rollo? ¿qué no nos interesaba su caso ni ser testigos de su estupidez?

¿Nadie le enseñó antes de quedar en evidencia frente a extraños, a mirar hacia su interior, reflexionar y percatarse que bien podía al reservar billete en la estación, intentar que la numeración correspondiese a asientos a su gusto?

¿Acaso no pensó que en vez de mostrarse airado e inquisidor, hubiese tenido éxito si en ese u otro vagón vecino hubiese solicitado con educación el cambio de asiento?

¿No se percató de que el compromiso del tren es transportar con seguridad y no asegurar un asiento orientado a la Meca al musulmán, una tumbona al perezoso o un asiento ampliable al grueso y ceñido para el delgado?

¿Cómo puede condenar a una empresa por algo accesorio cuando lo principal, porteo con rapidez y seguridad, lo cumple a las mil maravillas?

Me temo que alguien que se encoleriza así por eso, tendrá muchos problemas para ser feliz en la vida. Aunque quizá tiene el perfil ideal para trabajar para Trump.

Captura de pantalla 2017-06-24 a las 14.28.002. Todos los pasajeros éramos conscientes del energúmeno pero el parecía no ser consciente de que le observábamos. Curiosa ceguera para alguien que le molestaba vivamente ir en dirección contraria, aunque por lo visto, mas bien llevaba la contraria por algún otro problema pues no percibí que sufriera náuseas, mareos, gimiese por el trance o similar.

A ello se añade su torpeza, porque yo sí que tenía un asiento en la dirección que quería, y no me hubiera importado cedérselo, pero vista su mala educación tenía preparada mi radical negativa a la permuta.

Además hay tramos donde el vagón invierte el sentido y lo mas importante que aunque se vaya en la dirección opuesta hay técnicas de concentración y ensimismamiento que hacen que en unos instantes sea irrelevante (algo así como si escuchamos en la noche el ruidito de aviso de un semáforo, que dejaremos de percibir a los pocos instantes). En cambio, si rumiamos en nuestro interior lo desafortunados que somos por ir al revés, nos sentiremos peor por no alejarnos del escenario.

Menos mal que al muchacho no se le ocurrió pensar que la tierra gira siempre en un sentido, lo que le llevaría en muchas ocasiones a caminar de espaldas para no marearse.

Archivo_000 (36)3. Quizá no está de más recordar la razón de que en los trenes suelen situarse los asientos frente a frente en vez de en la única dirección de autobuses y aviones.

Se debe a que los trenes suelen cambiar de sentido en las estaciones terminales o intermedias, por lo que salomónicamente se soluciona con asientos enfrentados. En Japón son mas avanzados y en los trenes de alta velocidad los asientos cambian automáticamente de dirección si cambia de sentido el tren en la terminal, y no faltan en otros países los trenes que «ni pa tí, ni pa mí» que tienen los asientos laterales como el metro. Es más, recuerdo en mi visita a Oporto (la célebre librería Lello) que el tranvía al llegar al terminal permitía que los viajeros cambiásemos el sentido de los asientos con una simple bisagra que lo facilita.

4.Por mi parte contemplé el incidente en positivo. Suelo llevar una conducta neutral en los espacios públicos, trenes incluidos (no molestes y que no te molesten) aunque por algún residuo genético de cazador primitivo, me dedico a escudriñar sin ser invasivo a los pasajeros e intentar adivinar qué piensan, en qué trabajan, cómo visten… Es gratis el juego y no hago mal a nadie.

Archivo_000 (35)Por eso, me pareció que tuve la suerte de esta actuación especial que me ofreció una viva y gratuita lección de antropología observando un simio poco evolucionado agitándose en la jaula del tren.

Pero lo interesante vino cuando ya bajó el tono, y se le bajaron los humos. Y digo se le bajaron, porque se levantó del asiento con brusquedad y se asestó un sonoro coscorrón con el portaequipaje, que nos llevó al pasaje a mirarnos con complicidad e hilaridad contenida. Miró el portaequipaje con un rictus de indignación y creo que hasta se planteó emprenderla a voces con él, pero se contuvo.

Tengo la seguridad de que el golpe no dañó su cerebro (de igual modo que un rayo no puede quemar un solitario tornillo en el sótano de una catedral).

Pero me di cuenta del viejo dicho, de que Dios da sin palo ni piedra.

También me sentí culpable por alegrarme del mal ajeno, pero la verdad, me duró poco el sentimiento de culpa.

3 comentarios

  1. Hoy saca a relucir su faceta de cronista y antropólogo. Esa que sabe ver la parte de noticiable de un suceso aparentemente trivial. Y narrarla, como de si una ficción se tratara, para sacarla al mundo, analizarla y hacernos ver que es universal.

    Así, aprovechando que se encuentra en un espacio público (el tren) donde se reúne una variada fauna social. Y que dispone de una muy personal y singular capacidad de observación (que inició de crío, con sus exploraciones playeras en búsqueda de cangrejos, y desde entonces entrena a diario). Nos descubre un espécimen muy desagradable y molesto que puede llegar a ser peligroso. El conocido como “yo y yo y yo” perteneciente a la peculiar familia de los “y nadie más que yo”.

    Subespecie altanera, muy egocéntrica e incapaz para la empatía. Usurpadora de las buenas costumbres, el civismo y la conciencia social. Que vive en la creencia de merecerlo todo. Y sólo reconoce las necesidades de otros en la medida de que sirvan a su propio beneficio.

    Sus armas son: obviar, cuando de él se trata, las reglas y normas de comportamiento básicas que facilitan la convivencia de manera igualitaria; conjugar el verbo yo para exigir sistemáticamente y de forma intransigente un trato preferente sobre los demás (vgr. yo quiero, yo merezco, yo soy, yo dame…etc.); utilizar para ello malos modos y formas (vgr. ponerse violento o iracundo, faltón o grosero, gritar o vociferar; etc.) e, incluso, amenazar; y nunca, nunca, rebajarse a pedir (mucho menos por favor) pues en su limitada mentalidad (modo de pensar) solo cabe el verbo exigir.

    Y aunque nuestra historia acaba bien, pues su lamentable protagonista no consigue sus arbitrarios propósitos y acaba autoinfringiéndose un involuntario castigo en forma de coscorrón. No podemos dejar de pensar con preocupación que un tal Trump manda en ese mar superpoblado de egos que es el mundo global.

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