Lobos disfrazados

De los tocahuevos, líbranos, señor

malvadoLamento y pido disculpas anticipadas por utilizar esa palabreja que no está en el diccionario pese a su elocuente significado que no cubren términos que sí lo están (fastidioso, desagradable, irritante, exasperante, etc).

Viene al caso ante personas que no solo no suman sino que restan con sus opiniones y negatividad. Pensando en ello, intentaba comprender tal patología con apoyo en el castizo consuelo de “nunca llueve a gusto de todos”, y que reflejó en versión poética el asturiano Ramón de Campoamor («En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”), lo que me llevó a recordar una fábula de Esopo que dejó huella en mi infancia.

Se trata de un padre que fue a visitar a sus dos hijas ya casadas. Una estaba casada con un jardinero y le pidió que rogase a Dios para que lloviese y se regasen las flores. Su hermana estaba casada con un alfarero y le pidió que rogase a Dios para hiciese sol y se secasen sus vasijas. El pobre padre se fue atribulado por tener que rezar para dos fines contrarios.

Al margen de que se me ocurre que bien podía el padre pedir que hiciese sol de día y que lloviese de noche, la sensación de lo compleja que es la condición humana me viene a la mente tras un sucedido en mi comunidad de vecinos. Aquí va el sucedido y la moraleja.

file_001-10Y es que, como consecuencia del cambio de número del portal de mi domicilio por esas veleidades políticas municipales, pasó de ser el número 6 al 12 (¡toma promoción, sin pasar por los intermedios!).

De manera que dada la demora del administrador en sustituir el enorme y visible número del exterior (“6”) un vecino o vecina de buena fe, para evitar confusiones en mensajeros, repartidores y visitantes (de forma espontánea, sin contar con nadie ni contárselo a nadie) colocó en el dintel del portal un número “12” (nuevo, plateado, adhesivo y pequeño, pero que daba el pego).

Y como no había otra cosa que hacer cuando uno entra al portal, y no hay otra conversación en el ascensor, pues… ¡hala!… a comentar el extraño suceso de las caras de Bélmez en forma de numeritos plateados sobre el dintel de la puerta.

Pese a la mayoritaria complacencia, las reacciones eran sorprendentes.

  • Unos decían que al figurar los dos números, no había manera de saber cual era el correcto y que desorientaban.
  • Otros criticaban al anónimo instalador ya que no era quién para decidir lo que se ponía en un elemento común pues tenía que ser la comunidad en sesión convocada al efecto.file_000-18
  • Otros consideraban que no debería ponerse con números pequeños sino del mismo tamaño que el original.
  • No faltaban los que lo examinaban y protestaban porque estaba levemente inclinado, porque no era simétrico, porque era plateado y no dorado, etc.
  • Algunos apuntaban que de día no se veía bien o que había que acercarse mucho.
  • Los mas temerarios culpaban al Ayuntamiento por permitirlo y reclamaban ejemplares sanciones.

En fin, que este incidente me sirvió para confirmar mi personal teoría de la colmena humana, que consiste en algo tan simple como que allí donde hay un grupo de personas, siempre hay una minoría que tira por el carro (abejas), con iniciativa y voluntariedad; un pelotón de indiferentes que se dejan llevar (zánganos); y otra minoría que se dedica a frenar, a criticar y a morder (avispas). Ya sé, ya sé… que en las colmenas no hay avispas… ¡pues por eso! Son tan perversas que se infiltran para fastidiar…

Piense ahora en una comunidad de vecinos, o una reunión de un comité o grupo de trabajo, o cuando participó en una asamblea de padres del colegio, o en un grupo de aficionados a la filatelia, o en una sesión de ocio o trabajo, o en un Jurado, Tribunal o Comisión. Da igual, porque el patrón de la colmena se repite.

mirandoCasi siempre existe un pepito grillo que se reserva el papel de ver lo oscuro, decirlo y encima no aportar soluciones. Hemos de admitir las críticas, buenas como las vacunas, porque tras el pinchazo viene lo bueno, siempre que vayan acompañadas del reconocimiento al que toma las iniciativas y bajo un punto de vista constructivo, o sea, que vean lo bueno que siempre hay en todo.

Pero no, esta especie con las que todos nos hemos cruzado alguna vez, no usa las palabras positivas, ni de agradecimiento ni de comprensión. Son negativos, pesimistas, quejosos y “siperos”, esto es, que suelen intervenir con un “Sí… pero…”, o sea, la palmada seguida de la zancadilla.

Ni siquiera son personas tóxicas (a las que ya aconsejé no dedicar nuestro valioso tiempo), sino algo menos sofisticado, y ruego se perdone la expresión anunciada: son tocahuevos.

Dicho esto, no pienso retirar el cartelito con el número 12, que me constó un euro en un bazar chino, y que además lleva tres meses prestando buen servicio. Y además lo volvería a hacer.

Y es que frente a los “tocahuevos” estamos los sanos cabezotas (tan cabezotas que consideramos “sana” nuestra cabezonería), y que solemos opinar como Oscar Wilde cuando criticaban los estrenos de sus obras: “La obra fue un gran éxito, pero el público un desastre”.

Y no se diga que no sé sacar algo positivo de esas opiniones críticas, 14484pues precisamente me ratifican que siempre hay gente negativa. Y es que el refranero tiene razón: “A palabras necias, ganancia de pecadores”… O algo así. Al menos esta historia de raíces reales, me ha permitido exponer grandes problemas intentando colorearlas con un poco de humor.

4 comentarios

  1. Así son las reacciones de las personas. Y muchas veces, quiero creer, sin mala fe. Solo es, un problema, de no pensar o sopesar los acontecimientos un poco más. De no tener la capacidad de ponernos, unos en el lugar de los otros. En la situación creada o vivida. Pero que si juzgamos. Si tuviéramos un «angel» que nos ofreciera a cada situación o acontecimiento, otra forma o razón de interpretar los hechos, de manera instantánea, estoy seguro que las relaciones entre las personas, serían muy distintas. Y mucho menos problemáticas. Siempre y cuando, claro está, haya un mínimo de razonamiento en cada uno.

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  2. ¡Fantástico! Me he reído muchísimo. Lo ha clavado, Don José Ramón, se le digo yo, que llevo comunidades de vecinos y he asistido a muchas reuniones. Un saludo cordial.

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