Acabo de llevar a cabo la mudanza desde Galicia a Asturias. Desde el pequeño apartamento donde residí “temporalmente” (casi seis años) en Coruña hasta mi domicilio en Oviedo.
Es curiosa la cantidad de cosas que uno acumula día a día y que se lleva de un lado a otro como un caracol su concha. Libros, cuadros, sillas, juegos de mesa, ropa elegante y ropa de trote, atuendo deportivo y playero, baratijas, etc. Un universo de cosas que demuestra que el síndrome de Diógenes lo padecemos todos en algún grado, y que nos resistimos a tirar por aquello del apego a lo que significaron o por la esperanza de lo que puedan significar.
Total que acabé conduciendo una enorme furgoneta repleta de enseres de una Comunidad autónoma hacia otra.
Cuando conducía me daba cuenta que dejaba atrás una etapa y que la enorme y multiforme carga que transportaba no era realmente importante. Cosas al fin y al cabo.
Lo importante eran las personas. Sí…
Lo realmente importante eran las personas. Los amigos, los compañeros, los gallegos que me tendieron la mano y su hospitalidad; los que me llamaban para invitarme a celebraciones costeras y libaciones de todo tipo; los que se alegraban de verme y sentían despedirme; los que me ayudaron con sus palabras y apoyo en situaciones críticas; los que han sido mi familia en tierra vecina; las personas que anclaron en mi corazón… todos ellos supieron conectar con este visitante con una cordialidad contagiosa. Y sin embargo, esa dulce tropa, esa camaradería, no viajaba en la furgoneta de regreso.
Las estancias y tiempos muertos en tierra extraña podrían haberse convertido en un vacío cotidiano, en una dolorosa experiencia e incluso en un destierro emocional. Sin embargo, buenas personas provocan buenos momentos, y realizan la magia de hacerte sentir vivo, de importarles y de experimentar placeres deliciosos en edad tardía.
Es cierto que no se quedaban atrás del todo esos buenos amigos ni esos grandes compañeros, porque los recuerdos están ahí, persistentes y gratísimos.
La memoria es maravillosa pues resucita una vida y momentos que ya no están, y que tienen la asombrosa virtud de provocarnos la sonrisa solitaria y nostálgica.
Sin embargo, los enseres serán desembalados y recolocados o ubicados en trasteros y finalmente, conmigo o sin mi, antes o después, acabarán rotos o abandonados en un rastro, como huérfanos tras la guerra.
Pero mas duro será que esos recuerdos de tan buenas personas que ahora se sienten vívidos y próximos, que traen las experiencias como fotogramas de tragicomedias, que evocan sonrisas y lágrimas, que portan complicidades y anécdotas, canciones y bromas, tertulias y reflexiones, pasarán por una fase posterior en que serán seleccionados e incluso distorsionados. Los neurólogos han demostrado tres sutiles mecanismos inconscientes: que cada vez que recordamos algo lo alteramos levemente sin saberlo, que en la memoria persiste mas lo emocional que lo cerebral, y que las nuevas experiencias y sensaciones desplazan al trastero parte de las anteriores.
Después, tan imperceptible como inevitable, el sumidero de la debilidad de la memoria los irá relegando y dejándolos convertidos en caprichosos chispazos de momentos concretos, mientras que las coordenadas precisas de tiempos y lugar, las circunstancias y los nombres, se irán evaporando paulatinamente. Triste.
Pasarán las cosas y pasarán los recuerdos. Y pasaremos nosotros. Pero lo importante es el viaje y sobre todo, los compañeros de viaje.
El neurocientífico y escritor David Eagleman me estremeció con una afirmación de uno de sus relatos:
Toda persona tiene tres muertes. La primera cuando su cuerpo deja de funcionar. La segunda cuando el cuerpo se entierra y pudre o incinera. La tercera sucede, en algún momento futuro, cuando tu nombre es mencionado por alguien por última vez.
Emotivo. Gracias por compartir esos sentimientos.
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Hace un año, experimenté la misma migración, aderezada del menú de emociones que describes. El proceso subsiguiente que relatas, también sucedió. Más, no es la tristeza el color de fondo de ese bodegón. El cerebro humano y la emoción son conjuntos separados que comparten algo…la supervivencia! Vivir es proyectarse hacia delante. El pasado fue y por él ya se hizo lo que se pudo o se quiso. Comprobarás que cuando el transcurso del tiempo apacigüe el fulgor de las centellas de las despedidas, sólo sobrevivirá al implacable avance del reloj, lo que cautivó tu corazón…esa emoción obstinada, que dejó su marca en tu ser. Y eso, no es tristeza…es alegría de haber vivido y perdido…como en el ajedrez, perder la dama, no es el final, pero te deja fatalmente expuesto a sucumbir en la batalla de la vida…Alegrémonos del tesoro de la experiencia…el tiempo seleccionará por ti, lo destinado al rastrillo de los recuerdos.
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Y una mas anterior a esas tres… cuando decide enterrarse en vida y dejar de sentir… Alan Poe
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Es lógica la pesadumbre y añoranza que se siente por lo que se deja atrás. Personas, experiencias y una parte de nuestra vida que nunca volverá. Pero, sin la cual, ni seríamos como somos, ni podríamos avanzar.
No obstante lo anterior, imbuido del espíritu positivo y bienintencionado que impregna este blog, armado por la insolencia que permite la imaginación y blindado por el atrevimiento que concede el desconocimiento científico, me permito humildemente rechazar y contraponer la gélida, pesimista y, al menos para mí, discutible afirmación del neurocientifico que pone amargo final a un artículo estupendo.
Creo que toda persona tiene, al menos, tres vidas. Y no se diga que son demasiadas porque, al fin y al cabo, somos animales y todos sabemos que los gatos también lo son y nadie discute que tengan hasta siete,
La primera, es la propia, la que le toca vivir a uno mismo. La segunda, es la ajena, la que le toca vivir a los demás respecto de nosotros. La tercera, es la inmaterial, evolutiva y retrospectiva, la que se integra de los recuerdos (verdades, verdades a medias, invenciones y mentiras) que los demás tienen de lo vivido con nosotros (o de nosotros) y nosotros de lo vivido con los demás (o de los demás). Y, finalmente, en muy, muy contadas ocasiones, existe una cuarta, la del personaje, esto es la de aquellas personas que, si bien han fallecido, han pasado a ser personajes (véase el post «In memoriam del bueno de Moncho, cuya huella y ecos sobreviven») y con ellos mantienen vivas a las personas que representan.
Mucha suerte y felicidad en la vuelta a casa y en su vida
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